Con
pies descalzos, tienes mi camisa puesta, mientras, exhalas el humo hacia el
cielo, una tarde de verano cualquiera.
La
luz de la tarde ilumina tu piel y con el viento del este los
arboles menean las hojas pipiolas.
Tu
maquillaje se ha desvanecido por tus lágrimas, al igual que la botella de vino
y la copa marcada por tu labial.
Es hora de darle
otra carga a la lavadora y tender la ropa.
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